Y resulta que existe la enfermedad mental. Resulta que le puede dar a cualquiera. Resulta que es más común de lo que se piensa. Resulta que una persona con alguna dificultad mental no tiene que terminar ni en un “manicomio” ni debe ser amarrada a una cama. Tantos mitos alrededor de la enfermedad mental y resulta que nos está invadiendo, cual virus contagioso: hoy descubrimos que el ser humano además de cuerpo biológico tiene mente y emociones. Porque si algo dejó la pandemia fue haberle quitado el velo a la enfermedad mental. Hombres y mujeres “normales” atraviesan momentos de gran angustia ante la incertidumbre de lo que está por venir. No hay que olvidar que el libreto del futuro se rompió y ahora la zozobra de lo que puede pasar, toma a mas de uno sin herramientas para manejarlo. La desesperanza más grande porque no vale la pena vivir. ¿Para qué? ¿Tiene sentido esto? ¿Qué sigue después de este sufrimiento?

Angustia, ansiedad y depresión dejaron de ser palabras lejanas. Están en lo cotidiano, forman parte de “la canasta familiar”. Para algunos, sin embargo, puede ser “flojera”, debilidad, falta de carácter. “Usted puede, póngale voluntad, haga el esfuerzo” son frases trilladas (y ¡agresivas!) para la persona que está en dificultades. El mundo se conmovió ante el virus, pero todavía no mira la enfermedad mental con la misma urgencia con la que enfrentó el coronavirus. La enfermedad mental “no se ve” con igual facilidad que el problema corporal. No existen aún radiografías para el alma. Se observan sí, los efectos de la situación, pero la “prueba” no es tan fácil de lograr. Porque es en el alma, en el espíritu, en aquello que llamamos energía de vida, donde se marcan las huellas más profundas del caos. No importan la edad, el sexo, el país o la condición social. La angustia, la ansiedad y la depresión se multiplican ante el sin sentido de un mundo material que definitivamente colapsó porque no dio respuestas a aquello vital para el ser humano. Se nos olvidó que estamos haciendo una pasantía y este no es nuestro destino final. ¿Quién nos prepara para ello?

Hay que revisar que no es ni el tener, ni el poseer, ni la fama, ni el éxito, ni la apariencia física, ni el poder, ni la tecnología, ni el consumismo, los que construyen vida en equilibrio. El ser humano está encontrando que equivocó de rumbo y necesita revisar para donde va. La sensación de fracaso como empresa humana es innegable. La modernidad da pasos agigantados en resultados para el mundo material pero el grito desesperado de la desigualdad y el sufrimiento dicen que allí, en esas áreas, no está la respuesta. Hombres armados con rifles o con sus propias manos que “necesitan” destruir a otros como parte de su patología. ¿Existe la maldad o es la patología mental la que lleva a los extremos del comportamiento? ¿Es la sociedad la que enferma o se nace “contaminado”? ¿Nos cabe alguna responsabilidad social en la construcción de la enfermedad? Se nos olvida que en una sociedad todos estamos implícitamente relacionados y por lo tanto existe responsabilidad comunitaria. Mientras no tomemos conciencia de que nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras creencias “construyen” tejido social, forman parte del inconsciente colectivo, nada podrá cambiar. Porque todos somos responsables de todos. 

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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